Agua Bonita

por: Diana Estrella Castilla - Cerosetenta.

Caquetá ahora siembran vida

Este departamento, uno de los más afectados por el conflicto armado empieza, por fin, a respirar paz. Cientos de campesinos siembran sacha inchi en vez de coca y los guerrilleros, que antes transmitían terror, hoy se integran a la sociedad por medio del fútbol.

Un niño tiene en sus manos una pistola amarilla de juguete, le apunta a un árbol, dispara y del arma sale un balín blanco de goma. Suéter azul, pantalón negro. El niño sonríe. Está en el centro del municipio de La Montañita, a 40 minutos de Florencia (Caquetá). Es viernes, son las cuatro de la tarde. Juega a pocos metros de donde en 2012 las Farc atacaron con fusiles y granadas a una patrulla de la policía que trasladaba hacia un centro de salud a una mujer a punto de dar a luz. El bebé murió antes de nacer por un disparo que alcanzó el vientre de la madre. Con él murieron una partera y dos agentes.

Ese es solo un episodio de violencia de los tantos padecidos por los montañitenses. Su municipio es uno de los que más ha sufrido por la presencia de las Farc en el departamento. Hoy, las personas caminan tranquilas, hablan en las terrazas de casas o negocios y tienen nuevos proyectos. Uno de estos es la siembra de sacha inchi, un fruto amazónico considerado un superalimento y del cual sacan maní. Los campesinos, en las veredas, esperan encontrar en él una oportunidad para dejar los cultivos ilícitos o, simplemente, una ayuda para mejorar su calidad de vida. Justo aquí queda la oficina de Agrosolidaria, una organización de pequeños productores que apoya a más de 150 familias de La Montañita en este sueño.

Sacha inchi: el maní de La Montañita 

Tras recorrer las carreteras de Caquetá, uno se percata de que el departamento es rojo y verde. Su tierra es rojiza y su selva, verde, parece infinita. A casi una hora de camino por la vía La Montañita-Paujíl, la carretera pavimentada se termina y Ferney, el conductor del carro, se baja para sacarle aire a las llantas.

—Es para que no brinque tanto en las trochas — explica.

El carro sigue su curso y se tambalea al pasar por los huecos y caminos pedregosos. Ferney, entre el vallenato que suena en el carro cuenta cómo, antes de que empezara la negociación con las Farc, era normal ver a miembros de esa guerrilla a orillas del camino y, hacia las montañas, algún campamento. Él, como muchos de esta región, tiene su historia con el extinto grupo subversivo:

—A una hija se me le llevaron. Tenía 16 años. La engañaron. Yo me enteré dónde la tenían y allá me metí. No me importaba que me mataran. Me dijeron que ella se había ido con ellos por su propia voluntad, pero cuando hablé con ella me dijo llorando que la sacara de ahí, que ella se había ido porque se enamoró de un muchacho. Años después la vi en el campo. Ellos se estaban movilizando en grupo, me le acerqué y le dije que se fuera conmigo y le ayudé con el equipaje que llevaba. Me dijo que no podía porque la tenían muy vigilada. Seis años duró con ellos. Ahora está conmigo. El Ejército la cogió y ahora tiene casa por cárcel.

El hombre termina su historia y dice que estamos pasando por El Triunfo, caserío de La Montañita, que fue desplazado de manera forzada por las Farc en 2002. Las más de 70 familias que vivían aquí huyeron en mayo de ese año y sus casas fueron incineradas a los pocos días. No quedó nada. Hoy hay ruinas de lo que era el edificio de Telecom, una tienda y una iglesia que permanece cerrada. Se le llama el pueblo fantasma.

Más adelante, en la vereda La Estrella, un peaje. Una tienda y dos casas dan la bienvenida. En la taberna Star están reunidos los campesinos; hombres y mujeres que le apuestan al cultivo del sacha inchi.

Llevan botas de caucho y sombreros aquí, donde hay mucho sol y casi nada de brisa. La mayoría son hombres de más de 40 años, que se han dedicado toda la vida a la agricultura, pero el pionero con el cultivo del sacha es Onhner David Perdomo, de 21 años.

Hace dos años, Onhner hizo un curso de agricultura orgánica en el Servicio Nacional de Aprendizaje (SENA). Su objetivo era sembrar pimienta, y fue lo que le enseñaron, pero en el transcurso de las clases se enteró que establecer un cultivo de sacha inchi tenía un costo menor que el de la pimienta, y que su producción era más rápida. Con lo que aprendió, y lo poco que encontraba en Internet, se aventuró a sembrar tres cuartos de hectárea de este fruto.

Su cultivo, que ya es adulto y del que ya ha obtenido varias cosechas, cumplirá pronto dos años. Los grillos o cucarrones han agujereado las hojas de varios palos, el sacha inchi sigue naciendo. Algunos frutos están verdes y pequeños, y otros, café.

—El sacha nace en forma de estrella. Lo ideal es que sea de cuatro puntas. Al principio es verde, luego se va poniendo amarilla y termina café. Ahí es cuando puede recogerse. El sacha tiene tres capas que protegen la almendra blanca, que es la que contiene los aceites del omega tres, seis y nueve. La primera capa es gruesa, si se la quitamos obtenemos una semilla café, esa semilla también se destapa y lo que queda es la almendra blanca —explica Onhner mientras quita la primera capa de un fruto que tiene en las manos y sigue—: después de recogidas, dividimos sus puntas y las secamos al sol. Se pueden vender así, por kilo nos pagan $3.000, pero si la vendemos en la forma de semilla nos pagan el kilo a $6.000.

DATOS:

  • 1 hectárea / 500 kilos mensuales // precio de venta: $3000 en flor – $6000 en semilla
  • Una hectárea puede producir 1´500.000 y 3´000.0000 de pesos.
  • La cosecha es cada 15 días.

Cuando el cultivo está en óptimas condiciones, hay plantas que dan entre 70 y 80 estrellas. Una hectárea sembrada bien administrada, con buenas prácticas agrícolas, sin acelerar su crecimiento con químicos sino con un manejo natural, puede dar 500 kilos mensuales.

La semilla extraída de cada una de las puntas del sacha pesa un gramo. Es pequeña, liviana y café, si se siembra, a los 15 días la planta brota de la tierra en forma de u, y a la semana ya tiene sus primeras hojas. A los seis meses da cosecha y de ahí se sigue cosechando cada 15 días.

Esto significa que un cultivo bien cuidado les permitiría tener a los campesinos de La Estrella cosecha hasta por 10 años, lo que, según Onhner, nunca sucedería con otras plantas que no duran tanto en Caquetá, como el plátano, al que solo le sacan dos cosechas. Cuando el sacha inchi está desgajado y en forma de semilla, él lo lleva hasta La Montañita, a las oficinas de Agrosolidaria, para que sea procesado.

El trabajo que se hace con el sacha en todo el municipio es, sobre todo, artesanal. Después de que los productores desgajan la estrella y le sacan la semilla, en La Montañita, mujeres, hombres, ancianos y hasta niños sacan la tan anhelada almendra blanca.

Onhner, sin embargo, pide un acompañamiento técnico.

—No es que vengan a dictarnos una capacitación y dejarnos solos después. Lo que queremos es un equipo que esté junto al productor —dice.


Son las 11:00 de la mañana. A orillas de la carretera, cerca al centro hay una fábrica que parece abandonada. Detrás hay un rancho de palma. Se escucha “tac, tac, tac”. Alrededor de una mesa de madera, siete personas golpean con una piedra las esquinas de la semilla del sacha. Si le dan en el centro podrían romper la almendra blanca. Trabajan el rato que quieran y se les paga $4.000 por kilo.

Detrás de ellos hay un fogón de leña y una olla grande, ahí cuecen la almendra —se deshidrata— y la vuelven a poner al sol para que se seque. Luego va a un horno de panadería que tienen en un pequeño cuarto para tostarla. El sacha se convertirá, entonces, en un maní que Agrosolidaria vende en diferentes sabores: salado, confitado, picante, limón y natural.

—El sacha inchi es propio de la Amazonía. Era muy importante en la alimentación de nuestros indígenas y lo sigue siendo; por algo se llama el maní de los incas. Nosotros no queremos monocultivos, sino cultivos diversos porque una de las ventajas del sacha es que en medio de este se pueden cultivar otros productos —dice Gregorio Rodríguez, codirector de la seccional Agrosolidaria La Montañita—. La apuesta es diversificar el campo. Que los montañitenses no tengan que vivir de la coca, sino que el campo se vuelva una despensa económica en productos de pancoger para el buen vivir de las familias.

Por eso, desde la organización apoyan a los campesinos con otros cultivos como el café, el cacao, el plátano, la yuca, la panela campesina y la piña, quienes empezaron a trabajar con el sacha hace tres años. Al principio, dice Rodríguez, fue complicado porque la cultura ganadera y la siembra de la coca les hicieron creer a todos que solo con estas podían mejorar sus condiciones de vida.

—Ahorita con el post acuerdo se nos ha permitido afianzar más los modelos de cultivos de la región amazónica, que por su condición selvática son muy resistentes a las plagas. Día a día avanzamos. Ha sido una tarea muy ardua, nos ha tocado con las uñas por el poco apoyo del Ministerio de Agricultura.

En Caquetá, Agrosolidaria apoya con el cultivo de sacha a 463 familias, 167 de las cuales son de La Montañita. Hoy, quienes integran la organización, producen seis toneladas al mes, especialmente en los municipios de Puerto Rico, San Vicente del Caguán, Florencia, Belén de los Andaquíes y La Montañita. Aspiran a producir, en un año, 30 toneladas.

La asociación hoy vende: 6 toneladas al mes
= 6000 kilos : 18 millones

  • 18 millones para las 463 familias: 77 mil pesos por familia !!!!
  • Quieren producir 30mil kilos que equivalen: 90 millones mes / 388 mil pesos por familia.

Las familias asociadas, expresa Gregorio, no son grandes terratenientes, sino personas humildes que tienen entre una y 10 hectáreas de tierra, acostumbradas a vivir con menos de un salario mínimo y que buscan, con esta siembra alternativa, aumentar sus ganancias mensuales.

Gregorio y los campesinos creen en la rentabilidad del sacha inchi. Explica que una hectárea, a partir del mes 14 o 15, alcanza su volumen adulto. Afirma que si el cultivo está en las mejores condiciones, cada familia podría obtener 500 kilos al mes, lo que en dinero sería $1.500.000 mensuales.

—Por las bonanzas que ha habido en Caquetá, se ha creado la idea de que los campesinos deben tener muchas tierras para poder ser sostenibles, pero no es lo que necesitamos. Aquí hay familias humildes con una finca de 50 hectáreas, pero ellos mismos se han dado cuenta de que no tienen el presupuesto para administrarlas. Entendieron que si siembran sacha en dos hectáreas, tendrán una entrada económica suficiente para sostener a su familia, y dejan el resto de la tierra para otros cultivos amigables con la naturaleza y para ir recuperando nuestra Amazonía. La ganadería y la coca han deforestado nuestro paraíso.

La fábrica en donde estamos será la planta procesadora comunitaria de sacha inchi. La infraestructura se las cedió el Alcalde de La Montañita, José Leonel Guarnizo. El lugar fue diseñado para un matadero de ganado, pero no fue rentable y Agrosolidaria la está adaptando para procesar todos los productos que puedan, especialmente los de la Amazonía.

—La idea es que los productores sean dueños y administradores de la planta —dice Gregorio—. Queremos llevar al mercado local y nacional un producto final certificado. La Gobernación nos apoyará con 300 millones de pesos para la maquinaria especializada. El país está en un momento crucial en el que debemos dejar a un lado las envidias, la soberbia y empezar a hacer patria desde las economías propias que tenemos en cada región.

Hoy, sin los equipos necesarios obtienen maní tostado, pero con la planta, además de este podrán elaborar aceite extra virgen, harina y productos cosméticos que se derivan de ese alimento.

Rogelio Poloche, coordinador de la Umata (Unidad Municipal de Asistencia Técnica Agropecuaria) de la Alcaldía de La Montañita, dice que el sacha, sin pertenecer a un programa estatal, se ha venido imponiendo por los mismos productores que han visto su potencial para sustituir los cultivos ilícitos.

—Para la sustitución hacemos unas mesas de trabajo por todo el municipio, que tiene tres pisos térmicos determinados. En la parte alta, a 1.200 metros sobre el nivel del mar, está la caficultura; en el pie de monte está el cacao, el plátano, la pisicultura, y en la parte antillana están la ganadería, el caucho y el sacha. Los cultivos ilícitos están a lo largo del territorio, menos en lo alto porque allá no se da la planta. De las 122 veredas que tenemos, en 120 hay presencia de cultivos ilícitos, y ya hay productores que los abandonaron y están trabajando con el sacha.

Según cifras de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), en los departamentos del sur de país (Nariño, Cauca, Putumayo y Caquetá) y Norte de Santander se encontró la mayoría de los cultivos de coca: 78% hasta diciembre de 2016. De acuerdo con investigaciones, en estas zonas las Farc se financiaron cobrando impuestos.

Vereda Agua bonita: Farc

A 13 kilómetros de La Montañita está la vereda Agua Bonita. En el camino de acceso –empinado y en ese momento con barro porque llovía– nada parece indicar que a pocos metros se concentraban las Farc, hasta que una valla anuncia el arribo a la Zona Veredal Transitoria de Normalización Héctor Ramírez. Fueron 301 miembros de esta organización los que se reunieron aquí desde febrero hasta el 15 de agosto pasado. Sus vecinos fueron los pobladores de las veredas El Cedrito, El Cedro y Las Juntas. La mayoría, campesinos que se dedican a la ganadería, de la leche, la piscicultura y los cultivos de cacao y yuca.

Lo primero que se veía al llegar era la zona de visitas: cambuches negros y verdes construidos por la exguerrilla, donde hay padres reencontrándose con sus hijos, mujeres con bebés en los brazos, guerrilleros que besan a esos niños, familias compartiendo un plato de comida… algo que era impensable cuando los guerrilleros se refugiaban en la selva.

Se escuchaba música fariana a alto volumen. Una de las canciones habla de cumplir muchos años en las filas de las Farc. Eran las 10:00 de la mañana, los guerrilleros que no reciben visitas caminan con sillas plásticas en los hombros. Todos iban hacia una cancha de fútbol que está dentro de la zona, donde en unos minutos empezaría un partido entre un equipo de guerrilleros y otro de civiles.

Cuando llegaron al área, los pobladores de La Montañita los recibieron con banderas blancas y de Colombia porque vieron la oportunidad de cambio y porque la mayoría de los guerrilleros son de este departamento.

Federico Montes, miembro del equipo de pedagogía de paz de las Farc, lleva puesta una camiseta con la imagen del Che Guevara y una gorra con el logo del Movimiento Revolucionario Tupamaro. Está en compañía de María Elena, que viste camuflado, lo que le preocupa porque les recomendaron asistir a la zona de visitas de civil. Sin embargo, no tiene nada más que ponerse porque la ropa que les prometió el Gobierno no había llegado. Ella, caqueteña, entró a las Farc a los 13 años. Hoy tiene 28.

—Lo hice por decisión propia. A mí nunca me pusieron un arma en la cabeza, al contrario, me decían “no ingrese, es muy duro, usted es joven, tiene mucha vida por delante, usted se puede arrepentir”, pero yo ya estaba decidida. Nadie me podía detener —dice María Elena sobre su entrada a la guerrilla.

Federico, por su parte, es un antioqueño de 37 años. Entró a la guerrilla a los 19, después de terminar el bachillerato en Huila.

—Yo trabajé en el colegio, me metí en el consejo estudiantil y en esa época era muy complicado todo, por cualquier cosa le mochaban la cabeza a uno. Cuando terminé el bachillerato me tocaba pagar el servicio militar, pero me mamé y me vine para acá.

En la vereda todos cocinaban, tanto hombres como mujeres, y se rotaban cada 24 horas. Las cocinas estaban equipadas con una o dos estufas a gas y ollas grandes. Dentro del campamento también tienen una gran despensa. Cada ocho días, proveedores locales los abastecían de productos frescos, como carnes, verduras y frutas. Los no perecederos (granos y enlatados) son llevados cada 40 días.

Así como pedían pescado, pimentón, cebolla, zanahoria, manzanas y peras, también consumían productos como Bon Yurt, galletas Wafers y compotas para los cinco bebés que hay en el campamento.

A las 12:00 del mediodía de ese día, María Elena dice que el almuerzo estaba listo. La comida se preparó en una cocina para visitantes ubicada afuera del campamento. El almuerzo es arroz de pollo, papas fritas y ensalada de repollo con zanahoria.


Es sabido que una de las principales preocupaciones de la exguerrilla es el campo. Para Federico, los campesinos han perdido su verdadera vocación agrícola, su característica fundamental, según sus palabras.

—Los campesinos han dejado de sembrar el plátano, la yuca, productos que se volvieron inviables para su sostenimiento, algunos porque su volumen y peso dificultan el traslado y por lo tanto la comercialización; también por la ganadería extensiva que ha sido otro de los males, y los cultivos ilícitos. Usted encuentra un campesino con 100 hectáreas de potrero pero no tiene ni una para producir alimentos que garanticen su seguridad alimentaria y que generen una política de soberanía alimentaria.

O sea, de acuerdo con el ahora movimento político Farc, al campesino la tierra debe darle todo lo que necesita para su sostenimiento; más porque, para ellos, Colombia es una despensa que, además de tener la capacidad de producir los suficientes alimentos para la población, también podría hacerlo para exportar.

—¿Cómo logramos, desde el campo, crear toda una cultura para que no nos veamos obligados a hacer lo que estamos haciendo ahora? Importamos anualmente más de 10 millones de productos que pueden producirse aquí. Infortunadamente, las políticas colombianas están hechas para que lleguen mercancías de otros países y no para potenciar y favorecer la producción nuestra. Esta es una de las banderas que enarbolamos en el proceso de paz; se logró mucho en ese sentido —dice Federico.

Las Farc saben que muchos campesinos en Caquetá le apuestan al sacha inchi, y esperan que sea rentable. Pero Federico cree que no es más que una moda y que puede haber una sobreoferta muy alta, lo que desanimaría a los campesinos.

—No nos podemos quedar con la siembra de un cultivo especifico, porque eso nos pone a la deriva; más cuando el sacha inchi no está para solucionar las necesidades básicas de la comunidad campesina. Otra cosa es sembrar yuca, plátano, arroz, frijol, tomate, alimentos que si el productor no los pudo comercializar, se lo come y vive de eso. Sembremos sacha inchi, pero con otros cultivos que nos ayuden a sobrevivir.

Federico nació en la ciudad, pero en las Farc aprendió a valorar el trabajo agrícola. Cuenta que a donde llegaban producían, criaban pollos o cultivaban una huerta, como un concepto micro de soberanía alimentaria, en medio de la difícil situación de la guerra que muchas veces les impedía cosechar lo que sembraban.

—Te cuento una historia —dice—. Una vez alguien en la selva dijo que quería comer gallina. Estábamos cansados de la carne. Entonces le dijimos al jefe que nos diera gallina. Él nos dio como seis, pero nos dijo: “Ahí están esas gallinas, ustedes verán qué hacen con ellas”. Si nos hubiese dicho: “Ahí van esas gallinas para que se las coman”, yo hubiera entendido que eran para comérnoslas, pero al decir “ustedes verán” era como “Ustedes verán si se las comen o las crían, pero a los días no vayan a estar pidiendo otra vez”. Éramos como 25 guerrilleros. Se armó el debate y decidimos criarlas. Nos tocaba irnos a otra comisión, como a tres horas de camino y fijamos un trueque de huevos, porque ellos tenían gallos y nosotros no. Así montamos las crías. A esas gallinas había que cuidarlas mucho para que los murciélagos no las mataran. ¿Se imagina a un guerrillero en marcha y cada uno con una gallina debajo del brazo? Otra, otra historia: una vez empezamos una huerta y qué sorpresa cuando eso empezó a producir: uno siente una satisfacción muy grande. Que si querían plátano, tomen; yuca, tomen, y habichuela, aquí está. Un día llegó el Mono Jojoy. El jefe me llamó y me dijo que había que abastecerlo, entonces yo iba cada dos días con cilantro, orégano, cebollín, todo fresco para él. Y eso que era un pedacito de tierra. Las otras comisiones me preguntaban que si cuándo les iba a enviar tomate. Como premio me mandaron a administrar una finca por tres meses. A mí me gustaba, era una finca en la selva donde solo podían llegar dos cosas: el Ejército o la guerrilla.

En esta zona las ganas de producir no se les ha ido: cerca de la cancha de fútbol crearon una huerta y esperan poder recoger sus frutos. Las matas de plátano y yuca crecen. Tienen entre diez y veinte centímetros y el trabajo aquí, como todo en las Farc, es colectivo. Las semillas están sembradas, algunas en cajas de huevos, esperando que crezcan un poco para ser trasplantadas. Hay pepino, frijol y cilantro.

—Esto es muy bonito porque ha sido el sueño de nosotros durante muchos años —dice María Elena—. Este ha sido uno de los proyectos más fundamentales de nosotros a través de la lucha. Era nuestro sueño cuando cargábamos las armas. El sueño se hizo realidad y ahora lo hacemos como un proyecto de vida.

Para María Elena, en las Farc, siempre hubo un gran cariño por la agricultura y los animales. Ella, por ejemplo, llegó hasta aquí con un gallo colorado. Dice que es su hijo, nació en febrero de 2016 y se la pasa recorriendo el campamento.

—Yo lo crié, lo saqué del huevo. Hice todo lo que hace la gallina y para donde iba lo llevaba, cargaba el maíz molido y lo calentaba para que no se muriera del frío porque estábamos en una cordillera. Ya cuando se puso un poquito más grande le quité la purina y le di puro maíz. Se llama Chaqueto porque estábamos en el frío y era curioso verlo cómo levantaba esas alitas, parecía como si tuviera una chaquetilla encima. Se reían de mí. Yo lo cargaba encima del equipo, del morral, ahí iba parado y no se caía. En las caminatas paraba para darle agua. El camarada me decía: “Algún día la van a salir matando por estar cuidando de ese pollo”. Yo le decía: “Si me tengo que morir por darle un poquito de agua al pollito, me muero”. Los muchachos me hacían la espera, pero sí, era verdad que arriesgaba mucho mi vida por mi mascota.


Cuando el reloj marcó las 4:00 de la tarde, Frente a la despensa, Federico le preguntó a una mujer que se acercó:

—¿Qué será el desayuno mañana, camarada?

—Arepa asada, perico, chocolate y quesillo; y el almuerzo, arroz, carne en salsa BBQ y papa en rollo —responde ella.

Betsy, guerrillera, de camuflado y blusa azul me ofrece café en un vaso fariano, metálico, grande. En una cocina, tres rancheros preparan la cena. Un hombre de cabello blanco corta un gran bloque de queso campesino y una mujer revuelve el aguapanela. Se aproximaba la noche en Agua Bonita y la lluvia apareció. El partido de fútbol entre guerrilleros y civiles lo ganó el equipo que cambió las armas por la vida, la guerra por la paz. Esta vez fue una victoria sin sangre.

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